El caso del famosísimo Miguelito (HISTORIA REAL)
- A rocker
- 4 ago 2021
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 17 feb 2023

Los que me conocen saben bien quién es Miguelito. Cuando les hablo de él y les cuento su historia sienten escalofríos, no porque yo sea un gran relator, sino porque da miedo.
Da miedo porque no sabemos de dónde viene, porque muy pocos lo han visto y, quienes lo han hecho, creen haber visto a alguien más, da miedo porque no es de este mundo.
Miguelito es un fantasma.
CAPÍTULO I: ASÍ EMPEZÓ
En 1986, mis papás y mi hermano se mudaron a la colonia Roma, en ese entonces Distrito Federal. Fue una mudanza normal, no hubo sombras, malas vibras, ni nada de esas cosas que siempre dicen que pasan.
Mi mamá cuenta que desde que llegaron al departamento se les perdían cosas, por ejemplo, no encontraban algo y luego de buscarlo por horas estaba en su lugar de siempre. Pero bueno, eso le ha pasado a todos, así que no se preocupaban, al final todo aparecía.
Después fue la televisión. Se prendía y se apagaba, pero no era recurrente y además no había tiempo de asustarse, las obligaciones diarias eran muchas.
Luego ocurrió lo que mi mamá recuerda como "la primera experiencia rara":
Una mañana llevó a mi hermano a la tienda (él tenía siete años) y le compró unas Barritas, lo recuerda bien porque lo dejó abrirlas hasta después de comer. Más tarde, cuando fue a preparar la mesa, quitó la bolsa que les habían dado en la tienda y las Barritas no estaban.
Su reacción fue pensar que mi hermano "se le adelantó", pero no, él juró que no había sido. Mi mamá se extrañó mucho porque ella misma vio las Barritas en la bolsa, así que no había forma de que no se las hubieran empacado.
Pero tampoco iban a detener sus actividades por eso, así que todo terminó ahí.
CAPÍTULO II: UNA NUEVA MUDANZA
En abril de 1989, un temblor sacudió fuerte a la Ciudad de México afectando varios edificios que estaban resentidos por el terremoto ocurrido cuatro años atrás, uno de ellos fue el nuestro y mis papás decidieron mudarse. Yo ya había nacido; tenía seis meses.
Nos mudamos a la colonia Del Valle, a un condominio compuesto por varios edificios que estaban conectados por una plazoleta. Eran departamentos nuevos, así que para mi familia significó "borrón y cuenta nueva", tan así que se les olvidó todo lo raro que sucedió en el departamento anterior.
Durante unos cuatro años todo transcurrió con normalidad, nada se perdía ni se cambiaba de lugar, tampoco se prendían solas las cosas ni desaparecían las compras de las bolsas.
Pero una noche, mientras mi mamá lavaba los platos, sintió a alguien pasar detrás de ella. Primero pensó en mí, pues el "aironazo" que sintió fue leve y veloz, como el que haría un niño al correr, pero no era yo, yo estaba en mi recámara.
Sintió escalofríos; después miedo, más porque la escena se repitió las semanas siguientes.
CAPÍTULO III: LOS ACONTECIMIENTOS
La escuela a la que iba cuando tenía cuatro años estaba a menos de 200 pasos de mi casa, así que mi mamá me llevaba todos los días caminando. Desde que poníamos un pie en la calle, me dejaba en la escuela y regresaba, era un trayecto de 10 minutos.
Una mañana, después de dejarme en el colegio, mi mamá iba cruzando la plazoleta del condominio cuando vio a mi tía sentada en la jardinera que estaba frente a nuestro edificio, cuando le preguntó qué hacía ahí, ella le dijo que venía a saludar pero que por alguna razón yo no le quería abrir.
-¿Qué dijiste?- Le preguntó. Mi mamá tenía que oírlo de nuevo.
-Sí, tu hijo se está asomando por la ventana y me saluda, pero cuando toco la puerta no me abre- Repitió con claridad.
A mi mamá se le revolvió el estómago, le contó que eso no podía ser, pues hace 10 minutos me había visto cruzar la puerta de la escuela, y mi tía, un tanto escéptica, creyó que la estaba bromeando y le pidió subir al departamento para asegurarse.
Pero esta no es la parte de la historia que hasta hoy mi tía recuerda con más miedo.
Subieron por las escaleras y, cuando llegaron al departamento y estaban frente a la puerta, escucharon pasitos (así lo recuerda mi tía) que venían de adentro. -¿Ves cómo sí está?- Dijo. Abrieron y de inmediato, silencio absoluto. Entró a las recámaras y no vio a nadie.
Las semanas siguientes mi mamá las pasó intranquila, aunque, por mi hermano y por mí, trataba de lucir calmada, no quería que dos niños sintieran miedo en su propia casa.
La salida del estacionamiento del condominio daba a la parte posterior de nuestro departamento, así que se alcanzaba a ver la ventana del cuarto de servicio, la cual siempre estaba cerrada y cubierta por una cortina, esto lo aprovechaban mis papás para despedirse. Ella corría la cortina y le daba la bendición; él decía adiós con la mano.
Mis papás tenían la (magnífica) costumbre de pasar ratos en pareja, mi hermano ya era lo suficientemente grande para "echarme un ojo" así que se iban tranquilos por un par de horas, además de que el condominio tenía doble sistema de vigilancia. Era seguro.
Una tarde, cuando regresaron de su cotidiana "escapada", mi mamá fue a la recámara de mi hermano para decirle que no era buena idea que me dejara ir al cuarto de servicio, pues en él estaban las herramientas de mi papá y podía ser peligroso.
-Yo no le di permiso- Señaló a la defensiva.
-Cuando nos fuimos me asomé y vi a tu hermano en el cuarto de servicio, estaba despidiéndose con la mano- Comentó preocupada.
-Estuvimos todo el tiempo en la sala- Concluyó él.
Mi mamá ahora sí ya estaba asustada y no lo podía ocultar, pero, ¿a quién comentárselo, a quién pedirle ayuda?
CAPÍTULO IV: UNA LLAMADA DE AUXILIO
No mucho tiempo después, mi papá organizó una cena en el departamento con los papás de los compañeros de escuela de mi hermano, iba a ser algo tranquilo.
El momento del acontecimiento lo recuerdan perfecto: después de cenar, entre el digestivo y el postre.
La hija de uno de los invitados era unos tres años mayor que yo (tenía diez años, más o menos), pero no quiso ir a jugar conmigo cuando se lo propusieron, así que se quedó en la sala mientras los adultos platicaban.
Acabada la cena, "invadieron" su espacio para tomar una copa y platicar, así que se fue a la cocina. Minutos después, la niña fue a la sala y le preguntó extrañada a mi mamá por qué yo estaba jugando en el patio si estaba todo oscuro.
Mi mamá le dijo que se estaba confundiendo, que yo estaba en mi recámara, que no había forma de que estuviera afuera porque la puerta tenía llave.
-No, él está allá afuera corriendo- Dijo. Muy decidida, fue a mi habitación y en efecto, ahí estaba yo, de inmediato fue a la cocina, se asomó por la ventana y regresó corriendo muy asustada y llorando a los brazos de su papá, quien le dijo que se calmara, que era una niña muy especial y que por eso veía cosas que los demás no.
Que alguien más viera al niño fue todo lo que necesitó mi mamá para pedir ayuda, pero la única persona que le vino a la mente fue su tía. Ella vivía en Ciudad Juárez, Chihuahua, así que el contacto tuvo que ser por teléfono.
Le platicó todo. Ella, muy religiosa, le aseguró que el "ente" era un niño, no solo porque quienes lo habían visto así lo aseguraban, sino por lo sucedido en la reunión. Esa noche, mi mamá guardó el pastel en una nevera que tenía en el patio, del lado derecho, y en el extremo izquierdo, pegado a la puerta del cuarto de servicio, puso un carrito mío que ocupaba mucho espacio en el departamento. Así que esa noche el niño estaba jugando, corriendo de un lado al otro, del pastel a la moto y de regreso.
Le dijo que prendiera algunas veladoras y que le rezara, que pidiera por él para que lo que estuviera haciendo en la casa lo hiciera sin asustarla a ella y a su familia. Que le pusiera un nombre, para que cuando lo sintiera correrle por la espalda, le dijera: "Ya, Miguelito, deja de estar jugando que me espantas, mejor ve a cuidar a los niños a la escuela y a mí esposo al trabajo".
Le gustó el nombre, pues se escuchaba "cariñoso", y se le quedó. Miguelito.
CAPÍTULO V: LA REVELACIÓN
Los "aironazos" por la espalda aumentaron después de aquella cena, pero mi mamá, ya con los consejos de su tía, los vivía más tranquila, pues confiaba en que, aunque fuera un fantasma, era un niño y estaba haciendo lo que hace cualquier niño: jugar.
Pero una tarde, después de sentir el escalofrío que le caminaba por la nuca, volteó para declamar la ya practicada letanía de "mejor vete a cuidar a...", cuando lo vio.
Los escalofríos se transformaron en terror. Miguelito estaba enfrente de ella, pero no era un niño, era una sombra negra de metro y medio suspendida en el aire, sin moverse.
La sombra intentó acercarse y mi mamá gritó, pero al parecer eso fue suficiente para que se desvaneciera.
Esa misma noche Miguelito nos salvó la vida.
Desde que inició ese día, mi mamá tuvo la idea de calentar ponche para la cena. Se lo había llevado mi abuela la noche anterior y no quiso que el miedo la dominara, así que continuó con el plan.
Cenamos, tomamos ponche y nos fuimos a dormir, pero mi mamá no tenía sueño, por lo que se puso a leer. El libro se puso bueno y el insomnio no cedió, así que fue a la cocina por otra taza de ponche, pero se le hizo fácil regresar a su recámara en lo que hervía, este fue un grave error, pues el sueño la venció y cayó dormida.
No recuerda cuánto tiempo se durmió, pero sí recuerda que la empujaron y de inmediato abrió los ojos, la recámara estaba llena de humo y ahí se dio cuenta que había dejado la olla encendida. Despertó a mi papá y fue a las recámaras de mi hermano y mía; estábamos bien, después corrió a la cocina y vio que habían quitado la olla y apagado la estufa.
Tuvimos que abrir las puertas y ventanas para que se escapara el humo, el techo de la cocina se pintó de negro y las cortinas quedaron inservibles. Fue algo muy serio que pudo terminar en tragedia.
Mi mamá está convencida de que fue Miguelito el que la despertó, quitó la olla y apagó la estufa, y no solo eso, que ese mismo día en la mañana, cuando se le reveló e intentó acercarse, lo único que quería era advertirle sobre el "accidente" que iba a ocurrir horas después.
Esa fue la última vez que sentimos o vimos a Miguelito en muchos años.
CAPÍTULO VI: NO ES DE ESTA ÉPOCA
Cuando tenía 20 años, mis papás y yo nos mudamos a la colonia Narvarte; mi hermano ya vivía con su futura esposa. Era un lugar más grande y nunca sentimos que Miguelito estuviera entre nosotros, de hecho, hasta creíamos que con el "acontecimiento de la olla" había cumplido su misión y se había ido.
En aquel entonces (2008) yo tenía una novia cuyo cuñado era "especial", y lo pongo entre comillas porque con especial me refiero a que tenía una habilidad única para ver y sentir espíritus.
Él era inteligente, muy serio e introvertido, y por la forma en que contaba sus experiencias yo le creía, pues era detallista en sus relatos y era buena persona, así que no tenía por qué dudar de él, no ganaba nada mintiéndonos con eso.
Mi relación con esa novia era bastante formal, llevábamos juntos un buen tiempo y nuestras familias se conocían bien, así que para uno de mis cumpleaños organizamos una comida en mi casa, a la que estuvo invitada su familia.
Pasamos un gran rato. Comimos, bebimos y platicamos durante horas, un poco después de partir el pastel se acabó la reunión y mi novia se fue con su familia. Todo normal.
Esa misma noche, ya a punto de dormir, me mandó un mensaje mi novia para decirme que fuera a su casa al día siguiente, pues quería contarme algo que le había dicho su cuñado. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que supimos algo de Miguelito, que nunca me pasó por la cabeza que me fuera a contar algo sobre él.
Llegué, cenamos y ya entrada la noche, cuando las sobrinas de mi novia se fueron a dormir, el cuñado me dijo que había visto a un niño ese día en mi casa. -Hay un niño en tu casa, vive ahí con ustedes- Me dijo.
-Por cómo está vestido se ve que no es de esta época, se ve muy formalito, pero no se ve que sea malo- Añadió.
-¿Cómo sabes?- Pregunté.
-No lo sé a ciencia cierta, pero créeme, cuando entro a un lugar donde hay una presencia mala, luego luego siento a alguien que no pertenece, y con este niño no, es como si fuera un habitante más de tu casa- Concluyó.
Tenía mil preguntas, pero el cuñado solo ve, siente e interpreta, no es que exista un manual, así que me fui tranquilo, aunque un poco nervioso para ser honesto, mi mamá hace muchos años vio una sombra, pero nunca nadie lo había descrito así.
Cuando regresé a casa, les conté a mis papás y lo tomaron muy bien, no se asustaron ni nada, así que todo quedó ahí, y literal me refiero a todo, pues nunca nos sucedió algo extraño ni a quienes visitaron el departamento.
CAPÍTULO VII: YA NO ESTÁ (?)
Ya no sé si es porque realmente lo creo o porque mi mamá dice que así es, pero pareciera que la misión de Miguelito nunca fue asustarnos sino cuidarnos, y todas las experiencias raras que sucedieron no eran más que las travesuras de un niño.
Definitivamente no es malo, creo que tuvo muchas oportunidades de demostrarlo, aunque no deja de ser extraño que un fantasma decidiera acompañar a mi familia durante muchos años y en lugares diferentes.
No sé si continúa viviendo en casa de mis papás, tampoco me interesa saberlo, no es que me dé miedo pero tal vez sí (risas), estoy bien de lejitos.
Ya tengo sobrinas y la menor (cuatro años) dice que juega con su amigo imaginario, que siempre la acompaña y que es niño; mi cuñada prefiere no darle importancia, aunque ya nos confesó que a veces se encienden solos los juguetes de las niñas.
Pero si esta historia va a continuar con mi hermano y su familia, eso ameritará una nueva entrada.
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