El fin de mi mala suerte
- A rocker
- 3 ene 2022
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 17 feb 2023

Mis papás nunca han sido de ir a conciertos, les gusta mucho la música pero la idea de ir a escucharla a un lugar lleno de gente nunca les ha parecido atractivo, así que fue hasta el 2008, teniendo 19 años, cuando "desbloqueé" esa insignia denominada rock en vivo.
El concierto fue de Iron Maiden y fue uno de los mejores días de mi vida. Cuando se apagaron las luces del Foro Sol, esos cinco segundos antes de que salieran al escenario fue todo lo que necesité para saber que quería sentir esa emoción el resto de mi vida.
Cuando acabó el concierto, los integrantes de la banda aventaron plumillas al público, por más que lo intenté no pude agarrar una, era mucha gente, así que me tuve que conformar con ver la plumilla que sí agarró mi amigo.
Un par de meses después, al final de otro concierto, de nueva cuenta no pude agarrar plumilla y eso que estaba hasta delante, pero esta vez estuvo peor porque alcancé a tocarla cuando el bajista la aventó, pero entre tantos empujones no pude sostenerla.
Ya era personal, cachar algo al acabar un concierto se convirtió en una obsesión, ¿cómo vergas no voy a poder? Y no ayudaba en nada que mi amigo siempre podía, era como si el maldito trajera un imán de plumillas.
NO HAY QUINTO MALO
Aquella noche de agosto yo estaba deshecho, el concierto empezaba a las 9 pm aunque el boleto decía 8 pm, lo sabía porque era mi quinto concierto de ocho que Metallica dio en la Ciudad de México en 2012.
Me sentía mal no solo porque las últimas cuatro noches había cantado como loco sino porque me ardía la garganta y parecía que me iba a enfermar. Por un instante pensé en vender mi boleto y mejor quedarme a dormir, ¿pero dónde demonios iba a encontrar un comprador en menos de una hora?
El amor que le tengo a Metallica me levantó de la cama. En el metro me venía durmiendo, literal, llegué a la estación Velódromo y mientras caminaba rumbo al Palacio de los Deportes, iba pensando que esa noche iba a ver el concierto desde atrás para poder sentarme un rato y para tener más chances de agarrar una pelota.**
Pero eso terminó siendo una gran mentira, no habían pasado ni tres canciones y ya estaba hasta delante. Debo admitir que me sorprendió lo sencillo que fue llegar hasta donde estaba la barrera metálica que te separa del escenario.
**En aquella gira en el Palacio de los Deportes, en la última canción de cada concierto (Seek and Destroy), dejaban caer del techo pelotas gigantes con la palabra Metallica grabada. Mientras más atrás del escenario estuvieras, más posibilidades tenías de agarrar una.
EL FIN DE MI MALA SUERTE
Justo cuando terminó la penúltima canción de esa noche (Hit The Lights), el guitarrista, Kirk Hammett, cambió de plumilla y se deshizo de ella aventándola a la sección donde yo estaba.
Desde que la vi en el aire todo ocurrió en slow motion. Pegué un brinco que ni Michael Jordan en Space Jam, cuando cerré el puño y la sentí en la mano no lo podía creer, no caché cualquier plumilla, caché la que estaba usando Kirk en el concierto. ¡Adiós, maldición!
Era el hombre más feliz del mundo, ya no me importaba nada, solo quería irme del Palacio pero no podía, estaba atrapado entre toda la gente que, por estarse peleando por las pelotas, no me dejaba ni un hueco para escapar.
Acabó el concierto y mientras esperaba para poder salir, vi que una de las pelotas estaba en el escenario junto al bajista, Rob Trujillo. Él es de ascendencia mexicana y se me hizo fácil gritarle en español: "Hey, Rob, la pelota". Volteó, la tomó y me la dio.
Por estar cuidando que no me la robaran no me dio tiempo de llorar, me cae, pero toda la gente que estaba a mi alrededor me decía lo suertudo que fui de que me escuchara y me hiciera caso.
Cuando parecía que nada podía mejorar, un par de minutos después, el baterista, Lars Ulrich, se acercó a donde estaba y, haciendo señas con los brazos, motivaba a la gente a gritar con fuerza para llevarse su baqueta.
Grité con todas las fuerzas que me quedaban, puse mi cara más diabólica, ¡y me volteó a ver! Vio que tenía la pelota entre los brazos y me ayudó a ser aún más feliz. Bajó los escalones del escenario y ME DIO LA BAQUETA EN LA MANO, cuando la iba a tomar un tipo a mi izquierda quiso "avivarse" e intentó arrebatársela, Lars le pateó la mano, le dijo que no y me la dio.
Y AHORA, ¡HUYE!
Cuando por fin pude salir del tumulto, aún estando en el Palacio de los Deportes, la gente se me acercaba para que le enseñara la baqueta, me la pedían prestada para tomarse una foto y aunque nunca quise ser grosero, les decía que en la foto iba a tener que salir mi mano, porque ni de loco la soltaba.
Un tipo que no había conseguido pelota me ofreció 5 mil pesos en efectivo por la mía. "En caliente te los doy, los traigo en la cartera" -Me decía mientras yo me negaba.
Cómo me habré visto de "asfixiado" que uno de los policías del Palacio me dijo que mejor me fuera, pero que guardara bien mis cosas porque por menos de eso me venían dando baje. Le hice caso.
La plumilla fue fácil de esconder; la guardé en mi bolsa, la baqueta la metí en mi playera, la pelota resultó un problema porque no la quería desinflar, pero era mejor que llegara desinflada a mi casa a que no llegara, así que le quité el aire hasta que la pude doblar y llevarla en una mano.
Volteaba de un lado a otro para ver que nadie me estuviera siguiendo, llegué sin contratiempos al Metrobús y cuando arrancó por fin respiré aires de victoria.
Muy pronto se van a cumplir 10 años de aquella noche que por un instante pensé en perderme. Desde aquel momento no he vuelto a cachar algo en un concierto, y vaya que he ido a varios, pero es mi mala suerte, ni modo, afortunadamente la única excepción se dio con mi Metallica querido.

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