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No rompan el círculo

  • Foto del escritor: A rocker
    A rocker
  • 12 mar 2022
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 23 feb 2023


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Recién se cumplieron tres horas de trayecto cuando la camioneta se detuvo frente a la entrada. El tramo final había sido tedioso, desde hace varios minutos habían dejado de ver otros coches y los últimos cuatro kilómetros fueron de un carril improvisado de pasto seco que se adentraba al bosque. Comenzaba a oscurecer.


A un metro se encontraba un viejo portón de dos hojas, de tres metros de alto por cinco de ancho, tan grande que, abierto de par en par, podían cruzarlo tres coches al mismo tiempo. Era de auténtica madera, hecho con los árboles que rodeaban la privada, tenía cachos cuarteados pero lucía firme, difícil de vencer, y en cada esquina superior una cámara de seguridad.


Desde la camioneta provino un claxon y cinco minutos después, cuando los pasajeros comenzaban a impacientarse, se encendió al fondo una luz, una que no habían visto y que provenía de una pequeña caseta que se veía a medias entre las grietas de la madera.


Un señor de no menos de 70 años salió de una de las hojas del portón, tenía el cabello cano, tez morena y lucía un andar cansado. Caminó hacia el auto con una linterna en la mano izquierda e indicó al conductor que bajara la ventanilla mientras alumbraba a todos directo a la cara. Un gesto poco gentil.


Eran cinco. Adelante iba Jorge, el conductor designado; a la derecha María, su novia; y atrás Alan, Rodrigo y Ximena, amigos de la pareja. Se identificaron, Jorge explicó que venían al fraccionamiento 3, a la casa 4, que pertenecía a su tío y quien previamente avisó a la administración. El vigilante confirmó el nombre en su lista y accedió a abrir la segunda hoja del portón.


El lugar era inmenso, una especie de Country Club con casas de descanso. El perímetro tenía un sistema de seguridad natural compuesto por el mismo bosque y sus barrancos, así que la única entrada y salida era el viejo portón.


Eran 32 casas, 8 por fraccionamiento, 4 fraccionamientos. Era la primera vez que estaban ahí, así que pusieron atención para recordar el camino de regreso. Ya era de noche, en el cielo se imponía una majestuosa luna llena y, aunque no era tarde, conforme avanzaban veían menos vecinos.


Cruzaron el fraccionamiento 1. Cuatro casas a la derecha y cuatro a la izquierda, no precisamente una frente a otra y separadas por unos 200 metros. Ninguna tenía bardas, bastaba con atravesar el jardín para llegar a la puerta. Las casas del fraccionamiento 2 respetaban el mismo orden, conforme avanzaron vieron una zona de juegos infantiles, una cancha de tenis, un gimnasio y una alberca, esta última le trajo buenos recuerdos a María, pues había aprendido a nadar en una piscina similar en casa de su abuelo.


Siguieron avanzando, ya estaban cerca. Antes de llegar pasaron por una capilla, al verla todos pensaron lo mismo, pero nadie se atrevió a decir lo irónico que resultaba encontrar un lugar así precisamente aquella noche, ¿era una señal divina?


Llegaron. Fraccionamiento 3, casa 4.


Detuvieron la camioneta un momento frente a la casa, según ellos para observarla a detalle, pero la verdad era por miedo, en el fondo deseaban que alguno recapacitara y les hiciera ver que el plan era una locura.


Se estacionaron frente al garage, de reversa para quedar en posición correcta por si necesitaban salir a toda velocidad y para que los vecinos de enfrente no vieran lo que iban a sacar de la cajuela, por los vecinos de la derecha no había que preocuparse, esa casa estaba vacía, cuando pasaron frente a ella vieron el letrero de "Se Renta".


Bajaron de la camioneta, era la primera vez que estiraban las piernas en varias horas, y abrieron la cajuela, en ella había cinco maletas y tres bolsas negras. Cada quien tomó sus pertenencias, Alan y Rodrigo se repartieron las bolsas, y caminaron a la entrada. Jorge metió la llave y antes de darle vuelta echó un vistazo alrededor, nadie había notado su presencia. Observó a todos a los ojos, respiró hondo y asintiendo con la cabeza, abrió.


Aunque un poco empolvada, la casa se encontraba en perfectas condiciones, todos los servicios funcionaban. Al prender la luz los recibió una sala bastante amplia, del lado derecho, sobre un tapete felpudo color vino, estaba un centro de mesa de mármol rodeado por cuatro sillones beige.


Unos metros atrás de la sala había un comedor para 10 personas, la base también era de mármol, la mesa de cristal y las sillas negras, bastante elegante. Al fondo, un ventanal corredizo cubierto por dos cortinas blancas que conducía a la terraza.


De vuelta a la entrada, pero del lado izquierdo, había una puerta que llevaba a la cocina. Tenía una barra en forma de ele que dejaba el centro libre, lo que la hacía ver más espaciosa.


Justo frente a la puerta principal estaban las escaleras que llevaban a los siguientes dos niveles. En el segundo piso se encontraban las habitaciones, cuatro en total, también había una pequeña biblioteca, la cual tenía un balcón bastante bonito. Jorge y María compartieron la recámara más grande; Alan, Rodrigo y Ximena tuvieron habitación propia, por lo que se sintieron afortunados, no esperaban que la casa fuera tan grande.


Decidieron descansar un rato, estaban fatigados y el reloj apenas marcaba las 7:45 pm, aún era temprano para lo que iban a hacer y necesitaban que dieran las 12 en punto, o por lo menos así le habían dicho a Jorge que debía ser. Nadie durmió, pero nadie lo dijo cuando se reunieron en la sala a las 11:30 pm. Tenían miedo pero no había marcha atrás, una semana antes, en casa de Ximena, juraron hacerlo.


Tomaron las bolsas negras y subieron al tercer piso. Llegaron a la puerta del fondo y al abrirla encontraron un salón que, aunque era pequeño, era del doble de tamaño que la recámara principal. Encendieron la luz y notaron que estaba casi vacío, no había muebles ni cuadros, solo el piso de madera y dos cortinas blancas que cubrían las ventanas que dejaban ver el jardín.


Jorge sacó un gis blanco de una de las bolsas e, hincado a la mitad del salón, trazó un círculo de más o menos tres metros de diámetro, lo suficientemente grande para que los cinco cupieran en él, después cubrió con sal la línea que quedó dibujada en la madera.


-Para que no pueda entrar al círculo- Sentenció Jorge al fijarse que todos lo observaban.


Luego sacó de una mini hielera lo que los demás esperaban fuera pintura roja, pero no era eso, era sangre animal que dos días antes consiguió en un mercado. Con una brocha pintó en el círculo un pentagrama invertido y con lo que sobró le dibujó a cada uno, con el índice derecho, una equis en la frente.


Después, siguiendo las indicaciones de Jorge, Alan sacó tres velas negras y las acomodó con cuidado fuera del círculo formando un triángulo, para que no se cayeran las pegó a la madera untando en las bases un poco de cera derretida.


Todo estaba listo.


Voltearon a ver sus relojes, faltaban cinco minutos para la media noche. Rodrigo, con la mano temblorosa, encendió las velas al tiempo que Jorge apagó la luz del salón; les tomó algunos segundos adaptar la vista a esa oscuridad. Los cinco se distribuyeron a lo largo del diámetro de sal y dieron un paso hacia delante.


Dos minutos para la media noche. Dieron media vuelta y extendieron los brazos, cada uno tomó la mano de quienes estaban a su lado y cerraron el círculo. Aunque sentían a sus amigos, no les gustó no hacer contacto visual.


Un minuto para la media noche. El miedo era indescriptible. El silencio de la casa se escuchaba muy fuerte, les sudaban las manos y podían sentir sus latidos golpeándoles el pecho; el corazón se les iba a salir. -Recuerden, pase lo que pase, no rompan el círculo- Les dijo Jorge.


Media noche. Había pasado solo un momento cuando escucharon pisadas al fondo del pasillo, venían de las escaleras, eran lentas y cada vez se oían con más fuerza. Después, pasos rápidos y cortos, en cualquier segundo cruzaría la puerta, el miedo los invadió súbitamente. Casi de inmediato, la puerta del salón se azotó y cuando todos dirigieron la mirada en esa dirección, María sintió una respiración en el cuello, como mero reflejo se sacudió y cuando volteó, lo vio. Estaba junto a ella.


Era una especie de hombre sombra, muy alto y de color negro, definitivamente corpóreo pero lo rodeaba un aura gris, como si se estuviera quemando. No se distinguían sus rasgos faciales y sus ojos eran dos círculos grandes, rojos como la sangre. Tenía cuernos, el torso desnudo, los brazos delgados y más largos que una persona normal, tenía manos y garras en lugar de uñas. De la cintura a las pantorrillas lo cubría una tela sucia y en lugar de pies tenía patas con pezuñas grandes y en cada una cascos como caballo.


El grito de María sacudió a todos. Se contrajeron lo más posible mientras veían a "eso" caminar alrededor de ellos. Bufaba, rasguñaba al aire intentando hacerles daño, pero no los podía tocar, era cierto que la sal los estaba protegiendo. A pesar de esto, no estaban tranquilos, no sabían si el "escudo" duraría todo el tiempo y cayeron en cuenta de que no consideraron un detalle, ¿cómo le harían para huir con vida o para desaparecerlo?


Se empezaron a angustiar, ¿cómo era posible que pasaran por alto algo tan importante? La angustia se convirtió en enojo, todos le reclamaban a Jorge, quien les respondía que él no podía hacerse cargo de todo. "Eso" no paraba de intentar entrar al círculo. Estaban desesperados, es cierto que estarían a salvo mientras se mantuvieran en el diámetro y siguieran agarrados de las manos, pero era cuestión de tiempo para que el terror los hiciera cometer un grave error.


"Eso" se alejó algunos metros en dirección a la puerta, por un instante pensaron que se iría del salón, lo cual les devolvió un poco la esperanza, sin embargo, tras unos segundos, corrió a toda velocidad en dirección a ellos. Alan no pudo evitar protegerse y, sin darse cuenta, borró un pedazo del círculo con el pie izquierdo.


Se dieron cuenta pero no había remedio. La primera víctima fue precisamente Alan, quien recibió una embestida en el pecho y al instante quedó inerte sobre la madera; la segunda fue Rodrigo, quien al intentar huir sintió cinco garras entrando por su espalda y saliendo por su pecho. Siguió Ximena, quien nunca tuvo fe desde que se rompió el círculo, se quedó inmóvil frente a "eso" y solo cerró los ojos para esperar el final.


A pesar de que Jorge y María intentaron aprovechar esos segundos para huir del salón, no tuvieron éxito, "eso" los alcanzó rápido a la mitad del pasillo. A él lo derribó fácil por la espalda y con el puño cerrado le golpeó la cabeza tres veces; a ella la levantó por el cuello con la mano izquierda y, con las garras de la mano derecha, le abrió el estómago hasta que se desangró.


Silencio absoluto.


Tras una semana sin noticias de ellos, el tío de Jorge, en compañía de la policía, entraron a la casa. Lo que presenciaron en el tercer piso aún les quita el sueño. El expediente quedó incompleto, las cámaras del country no captaron a un sexto pasajero en la camioneta ni a algún desconocido que hubiera entrado antes o después, no hubo pistas concretas que ayudarán a saber qué pudo haber ocurrido. Desde aquella noche, la casa 4 del fraccionamiento 3 está clausurada.



FIN.

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